Fake Story #5: La maldición de sal y arena
Esta vez, todos íbamos. Legalmente hablando, todo estaba seteado como debe ser. Esta vez el destino no era la ciudad de monumentos y parquímetros, sino otro pueblo hecho de piedra, millones de dólares en inversión y una playa al doblar a la derecha.
Ingenuos como somos, no creemos en maldiciones. Pero ellas existen, están ahí para videntes y ciegos. No entendemos sus causas; puede ser que sólo el diablo las comprenda para poder ser el único en manejarlas a su antojo.
Ésta llegó la madrugada del viernes, o la noche del jueves, no lo recuerdo. El caos duró horas y fue increible haber estado ahí, alimentando el pánico y la furia de todos y de mí. "Hablamos de esto mañana con el caco frío" porque no estábamos llegando ni al lugar donde estábamos.
Las consecuencias fueron diferentes a lo esperado. Nada de planes riesgosos, nada de poner un peso más o llegar a comer piedras con hojas sólo por estar lejos del hogar. Ahora a la mayoría les queda el dulce placebo de pasar la noche al norte, al pie de una montaña. A otros nos queda el lienzo de una ciudad casi vacía. A nadie le queda playa o (lo que es lo mismo) felicidad completa... porque esas no son las condiciones del contrato maldito que (nunca) firmamos.
1 comentarios :
no te preocupe gab4gab iremos a la playa aunque sea con mil años, pero iremos *.*
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