sábado, 29 de noviembre de 2008

No te oí

Generalmente soy una persona de carácter tranquilo y de buen temple. Pero no hay cosa que me saque más de mis casillas que cuando no me creen al decir una verdad. La impotencia me desajusta, me enfurece, la odio. Hoy sentí rabia.

No te oí.

Hasta ese instante yo estaba perfectamente bien. De repente, tantas cosas se acumularon en un segundo y sentí ganas verdaderas de explotar. Tal vez darme contra una pared y sentir que una de las partes se destruye, como un mazo que libera toda su fuerza en un epicentro. Quise gritar, no pude. Quise tirar algo, tampoco pude. Pero encontré mi salida al asesinar un paquete de galletitas de soda en mi mano. Y tengo para decir que fue increíble.

Sentir cómo crujían dentro de mis puños... Exprimirlas con malicia, torcerlas, resquebrajarlas, transferir toda mi furia a un objeto sin importancia, pero tan perfecto para mis fines. De repente el plástico cedió y cayeron unos gramos pulverizados a la alfombra. Alcancé un punto tal que lo único que pude hacer fue recostarme en el sillón y quedar abatida, pero liberada.

Al fondo de la cocina hay un zafacón. Allá terminé de destruir lo que quedaba de las galletitas. Quería destruir cuatro, cinco, diez paquetes más, pero el último paquete que quedaba me lo comí porque era mi cena. Y al final de la masacre, me lavé las manos.